
Las DANAS, siglas de Depresión Aislada en Niveles Altos, son uno de los fenómenos meteorológicos más extremos y destructivos que afectan al Mediterráneo español. Aunque comúnmente se asocian con lluvias torrenciales, riadas e inundaciones catastróficas, su efecto más silencioso y menos evidente —pero igualmente preocupante— es su impacto sobre la disponibilidad de agua a medio y largo plazo. En otras palabras, las DANAS pueden paradójicamente agravar el riesgo de quedarse sin agua, incluso cuando inundan regiones enteras en cuestión de horas.
Este fenómeno contradictorio se está volviendo cada vez más frecuente en comunidades como Valencia, Murcia, Alicante o Almería. A pesar de recibir grandes cantidades de lluvia en poco tiempo, muchas de estas zonas sufren estrés hídrico durante el resto del año. La causa de este desajuste no está solo en la intensidad de la lluvia, sino en la forma en que se gestiona —o no se gestiona— el agua que dejan tras de sí las DANAS.
Qué son exactamente las DANAS y cómo actúan
Una DANA es una bolsa de aire frío en altura que se separa de la corriente general de la atmósfera y se instala de forma aislada, normalmente sobre el sur o el este de la península ibérica. Al entrar en contacto con masas de aire cálido y húmedo procedente del mar Mediterráneo, se produce una fuerte inestabilidad atmosférica que puede derivar en lluvias intensas, granizadas y tormentas eléctricas de gran violencia.
El problema principal es que estas lluvias se concentran en un corto periodo de tiempo —a veces en apenas una o dos horas—, lo que provoca escorrentías masivas. El terreno, sobre todo si está seco o urbanizado, no puede absorber esa cantidad de agua, por lo que esta se pierde rápidamente por barrancos, ramblas y sistemas de drenaje, sin filtrarse ni almacenarse.
Cómo las DANAS contribuyen al problema de quedarse sin agua
A simple vista, puede parecer que una DANA soluciona temporalmente la escasez de agua en una región. Pero lo cierto es que tiene el efecto contrario. En lugar de infiltrarse en los acuíferos o rellenar embalses de manera gradual y sostenida, la lluvia de una DANA es tan intensa y concentrada que provoca:
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Pérdida masiva de agua por escorrentía: en lugar de quedarse en el terreno, el agua corre por la superficie hasta acabar en el mar.
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Erosión del suelo: la violencia del agua arrastra tierra fértil, reduce la capacidad de absorción del terreno y genera daños estructurales.
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Contaminación de fuentes hídricas: el agua de arrastre mezcla residuos, aguas fecales y productos tóxicos, dificultando su reutilización.
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Daños en infraestructuras de riego y almacenamiento, como balsas, canales o estaciones de bombeo, que quedan inutilizadas o colapsadas.
Todo esto provoca una falsa sensación de abundancia: después de una DANA, el campo y las ciudades quedan anegados, pero los embalses no suben significativamente su nivel. Pocas semanas después, vuelve a hablarse de restricciones, sequía y necesidad de trasvases. Así, las regiones más afectadas por estos episodios extremos también son las más vulnerables a quedarse sin agua.
La gestión hídrica no está preparada para estos escenarios
El modelo hídrico tradicional en España, basado en presas y trasvases, no fue diseñado para gestionar fenómenos tan extremos y localizados como las DANAS. Las infraestructuras actuales no están capacitadas para recoger y almacenar el agua de lluvias tan rápidas y desiguales.
La clave del problema es la falta de sistemas de retención y aprovechamiento de aguas pluviales a pequeña y mediana escala. Muchos municipios carecen de depósitos intermedios, zonas de infiltración natural o redes separativas que permitan canalizar el agua de lluvia hacia usos agrícolas o industriales. Tampoco existen suficientes mecanismos de alerta temprana o planes de emergencia para proteger infraestructuras críticas de riego cuando se produce una DANA.
Además, el crecimiento urbano descontrolado, con construcciones sobre antiguas ramblas y suelos impermeabilizados, ha dificultado aún más la recarga de acuíferos y ha aumentado la vulnerabilidad del territorio. El resultado: después del desastre, no solo hay pérdidas humanas y materiales, sino una sequía más difícil de gestionar.
Hacia una nueva cultura del agua en tiempos de clima extremo
Las DANAS nos obligan a repensar cómo entendemos y gestionamos el agua. No basta con almacenar agua cuando llueve: es necesario rediseñar el territorio para capturarla, filtrarla y reutilizarla de forma eficiente y sostenible.
Algunas estrategias que ya se están comenzando a implantar en otras regiones del mundo —y que deberían ganar protagonismo en el arco mediterráneo español— son:
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Infraestructura verde: sistemas urbanos de drenaje sostenible (SUDS), jardines de lluvia, parques inundables y suelos permeables que permiten que el agua se filtre de manera natural.
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Recuperación de ramblas y zonas de inundación controlada, para que el agua no cause daños y pueda usarse posteriormente.
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Tecnología de captación y purificación rápida, capaz de potabilizar el agua de escorrentía o dirigirla hacia usos agrícolas antes de que se pierda.
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Digitalización de redes hidráulicas, con sensores que gestionan en tiempo real la captación, almacenamiento y distribución del agua.
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Educación y participación ciudadana, para fomentar una cultura del agua responsable y prevenir riesgos mediante la acción comunitaria.
Estas soluciones requieren inversión, sí, pero sobre todo voluntad política, coordinación técnica y visión de futuro.
El cambio climático ha dejado de ser un problema de largo plazo: ya está aquí, y se manifiesta con toda su crudeza en fenómenos como las DANAS. Mientras nos seguimos centrando en limpiar los daños tras cada temporal, se nos escapa lo esencial: el agua que podría salvar nuestras cosechas, llenar nuestros acuíferos y evitar restricciones se va directamente al mar.
Si no reformulamos el modelo hídrico actual, seguiremos atrapados en este ciclo perverso: lluvias que destruyen pero no alimentan, temporales que arruinan sin solucionar, infraestructuras que no retienen ni protegen. Quedarse sin agua no será consecuencia de la falta de lluvia, sino de la falta de preparación. Porque, en tiempos de extremos, lo más valioso ya no es lo que cae del cielo, sino lo que logramos conservar bajo tierra.